viernes, 22 de marzo de 2013

La devoción a María Dolorosa en la Iglesia

Foto: Andrés García
En primer lugar debemos decir que la advocación de los Dolores de María se encuentra entre los títulos soteriológicos de la Santísima Virgen, vinculada a los misterios, vividos a lo largo de toda su vida, de su Maternidad Divina (nacimiento, infancia y vida pública de Jesús) y de su Compasión como Socia Corredentora (Pasión y Muerte del Señor). 

Como es lógico, la reflexión sobre los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la memoria del Gólgota de las primeras comunidades judeo-cristianas. No olvidemos que el Emperador Adriano, a partir del 135, intentó sustituir la figura de María Dolorosa y de Jesús Resucitado por el mito del llanto de Venus y el retorno de Adonis Tammuz del abismo, construyendo un pequeño templete a dicha diosa sobre la sepultada roca del Calvario. 

A partir de aquí, abundantes son los testimonios literarios sobre los dolores de María ya en la época patrística: San Ambrosio de Milán (339-397), Paulino de Nola (353-431), San Agustín de Hipona (354-430) y San Efrén Sirio (ca. 306-373) son conspicuos ejemplos. 

De la época bizantina, destacamos a Romano el Meloda (siglo VI), con su Himno XXXV, El lamento de la Madre de Dios. Ya en la Edad Media, esta devoción a los dolores de María aparece en Occidente en San Ildefonso de Toledo (Toledo, 607-667). Por todo el Oriente se van difundiendo, paralelamente, los iconos de la Strastnaia o Virgen de Pasión o de los Dolores. 

Además, en Jerusalén hay dos capillas dedicadas a la Dolorosa. Una del siglo XII, junto al valle del Tyropeon, cerca de la capilla del Cirineo, que señala la IV Estación del viacrucis, construida sobre las ruinas de una bizantina, que conmemora el Encuentro de Jesús y María en la Calle de la Amargura, custodiada por los armenios católicos, denominada de Nuestra Señora del Espasmo. 

En la Basílica del Santo Sepulcro, está la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, católica, erigida por el Lector agustino Juan von Schaftolsheim, Vicario del Obispo de Estrasburgo, en 1378, construcción con arcos rematada por una cúpula, observada desde el patio, enfrente al Calvario, que conmemora la permanencia de María allí en su séptimo dolor hasta la Resurrección del Señor. Es la estación de Santa María que ya señalan los peregrinos en la Antigüedad tardía. 

En Occidente, en Hertford (Padeborn) consta la fundación en 1011 de un oratorio Sanctae Mariae ad Crucem, y en el mismo siglo XI, en Castilla, se dedica una iglesia a la Virgen Dolorosa en Montflorite (Burgos). 

De suma importancia es la fundación en Florencia en 1239, tras haberse retirado los siete mercaderes florentinos en 1233 al Monte Senario, de la Orden de los Siervos de María, la institución eclesial que más ha contribuido a expandir esta devoción. Conocidos en España por Servitas, en esta Orden arraigó la devoción a la Nuestra Señora de los Dolores, que se va explicitando a lo largo de su historia, que al fin del siglo XVI se encontraba bien determinada y era objeto de especial consideración, hasta que llegó a ser declarada Nuestra Señora de los Dolores Titular y Patrona de la Orden en 1692. 

Retomando el hilo cronológico que llevábamos, en la literatura religiosa van apareciendo, aparte de sermones, obras dedicadas a la Dolorosa, que hunden sus raíces en los Monólogos de Oriente, cuya tradición pasó a Occidente a través de los cruzados. El riojano Gonzalo de Berceo (1197-ca.1264), en su incipiente castellano, compuso entre sus obras de inspiración mariana el Duelo que fizo la Virgen en el día de la Pasión. El provenzal Plants de Madona Sancta Maria, del siglo XIV, encontrado en San Cugat del Vallés (Barcelona), nos habla de esta devoción en la costa mediterránea. 

Pero la pieza cumbre de este movimiento y la más universal es el himno-secuencia Stabat Mater dolorosa, atribuido al franciscano Jacopone da Todi (1236-1306), con el que la lauda mariana lírica italiana, nacida de los himnos, antífonas y responsorios latinos de la liturgia, llega a su cumbre. Destaca, además de por su altura lírica, por su profundidad psicológica y su hondura sentimental. 

Partiendo de San Anselmo de Canterbury (Aosta, 1033-Canterbury, 1109) y de San Bernardo de Claraval (Fontaine-lès-Dijon, Borgoña, 1090-Claraval, 1153), todo esto tiene en Occidente el caldo de cultivo en el esplendor de la literatura asecético-mística renana, encabezada por el dominico Beato Enrique Susón (ca. 1300-1366) , en el siglo XIV, y la subsecuente devotio moderna, que impregna la piedad popular de la época del gótico, pues se desarrollan como centro de la piedad todos los aspectos relacionados con la humanidad de Cristo, concentrándose fundamentalmente en su Pasión; en ella, junto al Varón de Dolores se encuentra la Reina de los Mártires, como pareja arquetípica de la Nueva Alianza. Así, las devociones a Cristo Crucificado y a Nuestra Señora de los Dolores van creciendo unidas. 

Una de las difusoras más importantes de la devoción a los Dolores de María en esta época fue Santa Brígida de Suecia (1303-1373). A los que mediten sus dolores, María, según Santa Brígida, promete siete gracias: 1ª, paz en sus familias; 2ª, iluminación en los Divinos Misterios; 3ª, consuelo en sus penas; 4ª, concesión de sus peticiones, con tal que no se opongan a la Voluntad de su Divino Hijo y a la santificación de sus almas; 5ª, defensa en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protección en todos los instantes de su vida; 6ª, asistencia visible en el momento de su muerte: ver el rostro de la Madre, y 7ª, promesa de su Divino Hijo de que los que propaguen esta devoción (a sus lágrimas y dolores) sean trasladados de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, borrados todos sus pecados, y su Hijo y Ella serán su eterna consolación y alegría . 

Toda esta corriente devocional se sigue desarrollando en la Edad Moderna, confirmada por la piedad contrarreformista, que llega hasta nuestros tiempos. Todos los escritores ascéticos y místicos se ocupan del tema, por lo que sería muy prolijo siquiera citarlos. Escogemos por su influencia en la piedad popular al dominico Fr. Luis de Granada (1504-1588), al jesuita P. Luis de La Palma (1560-1641) y al obispo napolitano San Alfonso María de Ligorio (1696-1787). 

En suma, el propósito de la devoción a los Dolores de la Santísima Virgen es promover la unión con los sufrimientos de Cristo a través de la contemplación de las angustias padecidas por Nuestra Señora por ser la Madre de Dios. Estos dolores están tomados de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. María no es mencionada en los Evangelios ni en la Transfiguración, ni en la Entrada en Jerusalén..., pero sí es recordada su presencia en el Calvario: Ella, que había preparado la víctima para el sacrificio, se la ofrece al Padre en el altar del Calvario como Corredentora.

Ramón de la Campa Carmona
Publicado en el Boletín cuaresmal de la Hermandad

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